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27 julio, 2025

Qué es y cómo funciona el “Great Firewall”, la muralla digital con la que China controla el acceso a internet

En las últimas tres décadas, China levantó una barrera digital que separa la internet global de una versión filtrada y controlada para sus ciudadanos.

Este sistema, conocido en Occidente como Great Firewall o Gran Cortafuegos, constituye una de las herramientas más sofisticadas de censura y control de la información en el mundo. Y no solo define cómo navegan los más de mil millones de usuarios chinos: en estos días, esa muralla también se convirtió en un actor central en las tensiones comerciales con Estados Unidos.

Un firewall es un sistema de seguridad que actúa como una barrera entre una red privada y el resto de internet, filtrando el tráfico que entra y sale según reglas definidas para bloquear accesos no autorizados y permitir los seguros. Puede ser un software, un hardware o una combinación de ambos, y funciona inspeccionando los datos que circulan para decidir si los deja pasar o los bloquea. Los firewalls empezaron a usarse a fines de los años 80, cuando el crecimiento de las redes y las primeras amenazas informáticas hicieron evidente la necesidad de proteger los sistemas conectados.

Concebido inicialmente a mediados de los 90, el Gran Firewall es la cara visible de un proyecto mayor conocido como Golden Shield Project. Bajo la dirección del Ministerio de Seguridad Pública chino, y más tarde de la Administración del Ciberespacio de China, este mecanismo se encarga de bloquear sitios web enteros, filtrar contenidos y asegurarse de que lo que circula en el país sea “compatible” con los intereses del Partido Comunista. En palabras de las autoridades, su objetivo es “salvaguardar el interés público”.

A diferencia de la internet abierta que predomina en gran parte del mundo, lo que sucede dentro de las fronteras chinas se parece más a una “splinternet”: una versión fragmentada, en la que las autoridades deciden qué se puede ver y qué no. Redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter, motores de búsqueda como Google, medios internacionales como Reuters y The New York Times, y servicios como Dropbox, Netflix o YouTube están fuera del alcance de los usuarios chinos, reemplazados por alternativas locales como WeChat, Weibo y Bilibili.

La tensión entre esta muralla y los intentos por derribarla no paró desde su creación. Mientras las autoridades mejoran sus técnicas de bloqueo, los usuarios exploran maneras de sortearlas mediante VPNs, proxies o la red Tor. Sin embargo, el contexto actual de guerra comercial con Estados Unidos puso a prueba una vez más la flexibilidad y la intención política de este coloso digital.

The Great Firewall, una muralla técnica y política

Internet funciona distinto en China. Foto Pexels

El funcionamiento del Gran Firewall combina varias técnicas de inspección y bloqueo. Toda la información que entra y sale de China a través de los puntos de acceso terrestres es inspeccionada, lo que permite a las autoridades identificar y cortar dominios o rangos de direcciones IP completos. Esto constituye la primera línea de defensa, que se complementa con mecanismos más sofisticados para detectar palabras clave o frases prohibidas en las búsquedas y el tráfico.

Cuando un usuario intenta acceder a un término o sitio bloqueado, el sistema puede intervenir de distintas maneras. Una de ellas es la manipulación del sistema de nombres de dominio (DNS), en la que las direcciones se desvían o se “envenenan” para impedir que se cargue la página. También puede aplicar bloqueos directos a las direcciones IP o incluso reiniciar las conexiones de red mediante ataques de “reset” al protocolo TCP. En algunos casos, intercepta datos cifrados utilizando ataques de intermediario (man-in-the-middle) para inspeccionar paquetes que deberían ser privados.

Pero el control no termina ahí. Las autoridades también rastrean activamente intentos de evasión, detectando conexiones a servidores proxy, redes privadas virtuales (VPN) o nodos de Tor. Aunque estos métodos aún permiten, con esfuerzo, atravesar la muralla, los avances en vigilancia redujeron su efectividad y elevado los riesgos para quienes intentan sortear las restricciones.

Hay alternativas para “bypassear” las restricciones, como VPNs. Foto: AP

Además de los servicios extranjeros bloqueados, el ecosistema digital chino cuenta con alternativas locales robustas. A falta de Google, los usuarios utilizan la versión china de Bing. En lugar de Uber, tienen Didi. Las redes sociales se centran en WeChat y Weibo, mientras que plataformas como Bilibili e iQiyi dominan el streaming de video. De esta forma, la muralla no solo limita la información externa, sino que también crea un mercado cautivo para los gigantes tecnológicos locales.

Sin embargo, esta estrategia tiene un precio. La censura limita la diversidad de opiniones y puede reforzar visiones más nacionalistas, además de favorecer la propagación de desinformación controlada por el Estado. En 2011, cuando EE.UU. cuestionó las restricciones que afectaban a empresas estadounidenses, Beijing defendió la muralla argumentando que buscaba “mantener un buen ambiente en internet y salvaguardar el interés público”, afirmando que esas medidas estaban en línea con las prácticas internacionales.

Ese episodio de 2011 marcó un precedente. La entonces portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Jiang Yu, subrayó que China no aceptaría que el principio de “libertad en internet” se utilizara como excusa para inmiscuirse en sus asuntos internos. A la vez, aseguró que las empresas extranjeras seguían siendo bienvenidas para hacer negocios en el país, aunque bajo las reglas del entorno digital chino.

La guerra comercial y una censura más sofisticada

Donald Trump y Xi Jinping, en una cumbre bilateral de 2019. Foto: Reuters

Hoy, el Gran Firewall vuelve a ocupar un lugar central en la disputa entre China y Estados Unidos, esta vez como herramienta para controlar el discurso interno frente a una escalada arancelaria. En abril de este año, tras la entrada en vigor de aranceles estadounidenses que alcanzaron hasta el 104 % sobre productos chinos, las autoridades comenzaron a censurar contenidos relacionados en redes sociales.

En Weibo, las búsquedas y hashtags vinculados a “arancel” o “104” aparecieron bloqueados, mostrando mensajes de error. Al mismo tiempo, proliferaron publicaciones que ridiculizaban a EE.UU., como un hashtag lanzado por la televisión estatal sobre una supuesta escasez de huevos en Estados Unidos, utilizado para minimizar el impacto de las medidas. Este manejo del flujo de información refleja cómo la muralla no solo protege a la población de mensajes extranjeros, sino que también ayuda a moldear la narrativa oficial durante conflictos económicos.

El patrón se repitió en WeChat, donde múltiples publicaciones de empresas chinas que advertían sobre las consecuencias negativas de los aranceles estadounidenses fueron eliminadas. Los mensajes borrados llevaban la etiqueta de que violaban leyes y regulaciones, reforzando la idea de que cualquier contenido percibido como perjudicial para el Estado debe desaparecer.

Tensión entre China y EE.UU. Foto: Reuters

La censura no se limitó a suprimir críticas internas: permitió, y hasta promovió, comentarios burlones hacia EE.UU., representándolo como un socio comercial irresponsable y agresivo. De esta manera, mientras China implementaba sus propios aranceles en respuesta, el discurso interno reforzaba la narrativa de que Pekín no tenía más opción que “luchar hasta el final”.

Expertos y comentaristas locales también contribuyeron a esa construcción discursiva. El abogado Pang Jiulin aseguró que otros países, como Vietnam e India, pronto reemplazarían a China en exportaciones a EE.UU., y que el aumento de tarifas sería un sacrificio necesario. El conocido analista Hu Xijin, por su parte, calificó de “ilusoria” la estrategia estadounidense y predijo que su “guerra contra el mundo” fracasaría.

En este contexto, el Gran Firewall no sólo filtra información sensible, sino que se transforma en un instrumento clave para sostener la moral interna y preparar a la opinión pública para las consecuencias económicas de la guerra comercial.

Un futuro más restrictivo y desigual

Henan, una de las provincias más afectadas. Foto: Reuters

Si bien el Gran Firewall siempre fue una política nacional, recientes investigaciones muestran que se está profundizando a nivel regional, creando desigualdades incluso dentro del territorio chino. Un estudio publicado este año reveló que los usuarios de la provincia de Henan fueron privados del acceso a cinco veces más sitios que el promedio nacional entre noviembre de 2023 y marzo de 2025.

El análisis, realizado por la plataforma Great Firewall Report junto a investigadores de la Universidad de Massachusetts Amherst y Stanford, detectó que Henan bloqueó cerca de 4,2 millones de dominios, contra los 741.500 que habitualmente censura el sistema centralizado. Esto parece estar relacionado con protestas financieras en la provincia y un temor del gobierno a que la información sobre la economía escape a su control.

Aunque no está claro si las restricciones adicionales en Henan fueron impuestas por autoridades locales o por Pekín, marcan un precedente preocupante: la posibilidad de que regiones enteras sean sometidas a censura más dura que la media del país. Esto recuerda a lo ocurrido en Xinjiang y el Tíbet, donde los controles siempre fueron más estrictos por tratarse de áreas consideradas conflictivas.

Las técnicas también se fueron sofisticando. Herramientas basadas en inteligencia artificial permiten monitorear el uso de VPN y hasta espiar mensajes enviados por Telegram, una app considerada clave por quienes intentan evadir la censura. Según el Ministerio de Seguridad Pública, estas herramientas ya recolectaron más de 30.000 millones de mensajes, elevando la vigilancia a niveles inéditos.

Esta combinación de mayor censura regional, control tecnológico y fragmentación interna sugiere que el futuro de la internet china será aún más restrictivo y desigual. Si antes la muralla era una frontera nacional, ahora parece multiplicarse en pequeños muros dentro del propio país, ajustados a las necesidades políticas y sociales de cada región.

El Gran Firewall nació como una herramienta para controlar la narrativa y proteger la estabilidad social. Pero las últimas investigaciones muestran que esa misión se volvió más ambiciosa y expansiva. Más allá de las tensiones con EE.UU., la muralla digital también refleja las propias tensiones internas de China, y su necesidad de controlar no solo lo que entra al país, sino también lo que circula dentro.

SL

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