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7 noviembre, 2024

Ictus: síntomas, diagnóstico, prevención y consecuencias

Coincidiendo con El Día Mundial del Ictus, que se celebra hoy, 29 de octubre, hemos consultado con profesionales de Quirónsalud para conocer más información sobre la enfermedad.

Cuando hablamos de ictus, es importante manejar la mayor cantidad de información, ya que se trata de una enfermedad que afecta cada año a 120.000 personas en España, además de ser la segunda causa de muerte en la población general y primera en las mujeres. Se trata de una lesión que supone una alteración brusca en la circulación cerebral, de forma que su padecimiento conlleva una lesión cerebral. Para ampliar información general sobre la enfermedad, hemos hablado con el doctor Jaime González-Valcárcel, especialista en Neurología y Coordinador de la Unidad de Ictus del Hospital Universitario Ruber Juan Bravo, quien cuenta que los síntomas aparecen de manera súbita, dependiendo de la zona del cerebro afectada y son muy diversos: “pérdida repentina de fuerza en un brazo, pierna o mitad del cuerpo. Dificultad en el lenguaje para expresarnos, alteración de la sensibilidad, pérdida de visión de un ojo, intenso y repentino dolor de cabeza con alteración de conciencia o sensación de inestabilidad intensa”.

Es importante saber que existen dos tipos de ictus, los isquémicos y los hemorrágicos, los primeros “representan el 80% de los casos, y se producen cuando un trombo obstruye una arteria y no deja pasar la sangre”, mientras que los segundos tienen su origen en “la rotura de un vaso y la salida de sangre al cerebro, lo que provoca una hemorragia cerebral”.

Conviene aclarar que el ictus puede afectar a cualquier persona, incluso a jóvenes sin enfermedades previas, pero su riesgo aumenta con la edad y con factores de riesgo vascular, como “la hipertensión arterial, la diabetes, la hipercolesterolemia, el tabaquismo o el sedentarismo”. Los isquémicos suelen aparecer por la aterosclerosis (placas de colesterol en la pared de las arterías) y por enfermedades cardíacas como la fibrilación auricular, que puede favorecer la formación de trombos en el corazón.

La enfermedad tiene un impacto enorme a nivel sociosanitario, ya que “es la primera causa de daño cerebral adquirido y discapacidad en un adulto, llegando a grados de dependencia de un 30%”. Además, es muy importante considerar el ictus como una emergencia médica, en la que el tiempo de intervención resulta fundamental, ya que “cada 20 minutos perdidos suponen una disminución del 20 % de la probabilidad de éxito terapéutico”.

¿Cómo actuar frente a un ictus?

Como hemos visto, la identificación de los síntomas por parte del paciente y el tiempo que transcurre hasta la entrada del mismo en urgencias son aspectos claves. Cualquier alteración debe ser evaluada con la mayor rapidez posible. La doctora Dunia Mon, jefe del servicio de Neurología del Hospital Universitari General de Catalunya explica que “ante cualquier duda, el paciente debe ser trasladado al servicio de urgencias de un hospital de tercer nivel, dónde se activará el código ictus, inmediatamente desde el triaje hospitalario. Allí, se identificará el proceso ictal, estableciendo el plan de acción (evaluación neurológica, neuroimagen, tratamiento endovenoso o endovascular) necesario”.

La doctora vuelve a insistir en la necesidad de actuar con velocidad, ya que “dependiendo del tiempo transcurrido (4.5 – 6 horas desde el inicio de los síntomas o bien al despertar) las posibilidades terapéuticas del mismo varían”.

Métodos de prevención

Afortunadamente, es posible llegar a evitar un ictus. El doctor Jesús Romero Imbroda, Jefe del servicio de Neurología del Hospital Quirónsalud Marbella y del Hospital Quirónsalud Málaga, amplía la información: “los ictus que están vinculados a la sobrecarga de factores de riesgo vascular modificables de aterotrombosis: la hipertensión, la diabetes, la hipercolesterolemia, el tabaquismo, la obesidad y el sedentarismo, son prevenibles si llegamos a controlarlos. Por otro lado, los ictus de origen cardioembólico, vinculados a la fibrilación auricular, pueden evitarse con tratamiento”. Es importante recordar que, si se ha sufrido un ictus, aumenta la posibilidad de sufrir otro, por lo que los factores de riesgo deben controlarse con mayor intensidad.

Uno de los aspectos claves que manejan los especialistas es el código ictus: el protocolo que se emplea con los pacientes que ingresan de urgencia bajo sospecha de haber sufrido un ictus.

También es importante recordar que existen hábitos y rutinas que pueden servir como método preventivo, que resumidos consistirían en llevar una “vida neurosaludable: dieta mediterránea, hacer ejercicio, descansar bien, controlar los factores de riesgo vascular: diabetes, hipercolesterolemia e hipertensión y evitar los tóxicos, sobre todo el tabaco”.

Las consecuencias de sufrir un ictus

Al respecto de los hechos derivados de experimentar una lesión de este tipo, hemos hablado con la doctora Beatriz Balsa, médico rehabilitadora, en la Unidad de Neurorrehabilitación del Hospital Quirónsalud Miguel Domínguez, que explica que los déficits más habituales son “debilidad o parálisis de los músculos de un lado del cuerpo (hemiparesia o hemiplejia), que ocasiona dificultad o incapacidad para moverse o coger objetos. Dificultades en el habla y la comunicación: problemas para hablar, entender a otros o encontrar palabras (afasia), dificultad para articular correctamente las palabras (disartria) o incluso para leer o escribir (alexia, agrafía). Dificultad para tragar (disfagia), lo que puede hacer que comer y beber sea difícil, aumentando el riesgo de atragantarse y de infecciones respiratorias secundarias. Problemas cognitivos, dificultades para recordar cosas, concentrarse o tomar decisiones. Cambios emocionales y psicológicos, siendo común experimentar depresión, ansiedad o cambios de humor. Su abordaje es un objetivo prioritario, ya que repercute de forma decisiva en la calidad de vida del paciente y el tratamiento rehabilitador. Sin olvidar otros factores como la pérdida de equilibrio y coordinación o problemas visuales”.

¿Y el proceso de rehabilitación? Es necesario que se comience cuanto antes, de cara a lograr la mayor recuperación posible de las capacidades físicas, cognitivas y emocionales afectadas, teniendo como objetivo que “el paciente llegue a ser lo más independiente posible, tanto en las actividades básicas de la vida diaria como en su capacidad de deambulación, así como en mejorar su calidad de vida”, siendo fundamental empezar, si es posible, en las primeras 48-72 horas, una vez que el paciente se encuentre estabilizado. En ese momento el cerebro tiene mayor capacidad de recuperación.

Explica Balsa que se aplican diferentes prácticas, por un lado, “la fisioterapia, que se enfoca en recuperar la fuerza, la movilidad y la coordinación”, y, por otro lado, también se trabaja “la terapia ocupacional, que ayuda al paciente a recuperar la independencia en actividades de la vida diaria como vestirse, comer o bañarse”. Otro aspecto clave consiste en “la logopedia, que resulta crucial para aquellos pacientes que han sufrido problemas en el habla, la deglución (disfagia) o la comunicación. Los logopedas trabajan en mejorar la capacidad para hablar, entender, leer y escribir, así como en la seguridad al tragar alimentos y líquidos”. Por último, “la neuropsicología evalúa las funciones cognitivas como la memoria, la atención, la planificación…, la regulación emocional y conductual. Se trabajan estrategias para mejorar estas áreas, ayudando al paciente a adaptarse a cualquier cambio en sus capacidades cognitivas y a manejar el impacto emocional del ictus”.

Todos estos procesos estarán coordinados y supervisados por el médico rehabilitador, que es quien va ajustando los objetivos terapéuticos a los progresos del paciente, al mismo tiempo que trata de prevenir las posibles complicaciones. Igual de importante resulta el asesoramiento a la familia por parte de la Trabajadora Social, en relación a los recursos sociosanitarios disponibles de los que puedan beneficiarse.

Por último, recalcar que en la rehabilitación desempeña un papel clave la intervención multidisciplinar, y es que la evidencia médica indica que “un tratamiento rehabilitador temprano, intensivo y multidisciplinario, ofrece las mejores perspectivas de mejora para los pacientes con ictus. Este enfoque favorece una recuperación funcional más rápida, reduce las complicaciones y mejora la calidad de vida a largo plazo”.

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