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Resistencia
20 octubre, 2024

El milagro del «niño nerd»: fue adicto, casi muere en un accidente, vivió en la calle y ahora tiene su propia pyme tecnológica

La vida de Franco Bovone estaba perdida. A los 14 años empezó a consumir drogas. Tuvo una adolescencia atravesada por la adicción. Su única misión en el mundo era patear el Parque Rivadavia para conseguir el próximo «saque». Lentamente fue perdiendo todo lo que tenía. Pasó por hospitales, instituciones, internaciones. Empezó a trabajar armando escenarios y lo que ganaba se lo tomaba.

Ya era un joven adulto de 22 años y seguía por el mismo camino. Sus amigos eran de la calle y barras con quienes compartía el consumo. Revolvía basura, pedía monedas, iba a la villa. Todo para alimentar el mono. La relación con su familia estaba quebrada. Vivía más en la calle que en su casa. A los 23 cayó en un psiquiátrico porque no podía parar de consumir.

Nada hacía pensar que hoy, a los 30 y recuperado de sus adicciones, Franco sería el dueño de una exitosa Pyme de tecnología en expansión.

El accidente

A los 20 años chocó a 80 km/h contra un taxi, estuvo cinco días en terapia intensiva con pérdida de memoria y convulsiones. Venía consumiendo alcohol, marihuana, éxtasis, cocaína y LSD. Estaba tocando fondo. Unos días antes del accidente, intentó internarse en un centro de adicciones. No pudo. Esa noche, subió a su moto de 110cc, a la salida de un boliche, de noche y con lluvia, chocó. «Lo siguiente que recuerdo es que desperté en el hospital Durand. Me saqué una selfie, la subí a Facebook, y me desmayé de nuevo», cuenta.

Estuvo cinco días en terapia intensiva, conectado a máquinas. No podían operarlo debido a las convulsiones. Después de esos días, pasó un mes internado en una habitación normal, porque estaba completamente destrozado. «Fue muy duro», recuerda. Después del accidente, quedaron secuelas. Durante los años siguientes, seguía consumiendo cada 15 días. «Terminaba en la guardia, conectado a un suero, y siempre me golpeaba y quedaba sin poder moverme», agrega.

Ponerle fin a todo

No había futuro para Franco. Durante años fue el típico «fantasma» que recorre la Ciudad en busca de una línea. Terminó viviendo literalmente debajo de un puente, tomando alcohol etílico de una botella y tapándose con cartón. «Nunca me animé a matarme, a tirarme abajo de un colectivo», dice: se había dado cuenta de que la droga lo estaba matando lentamente. Que si seguía así, la agonía sería mucho más larga y dolorosa. Había dejado de ser una persona. Era un bulto en la vereda. Tenía 25 años.

«Una noche, a las 3 de la mañana, ya había pensado en tirarme abajo de un colectivo, pero no me animaba. Sentía que iba a seguir así hasta morir, pero faltaba mucho. Pensé en encontrar un lugar donde me encerraran en una habitación y me dieran de comer. Alguien en algún momento me había compartido su experiencia y cómo había logrado salir», explica Franco.

Franco ahora, como empresario. Muy lejos de su pasado en la calle y la mala vida.  Foto Maxi FaillaFranco ahora, como empresario. Muy lejos de su pasado en la calle y la mala vida. Foto Maxi FaillaDecidió pedir ayuda. Fue a una comunidad terapéutica que trabaja con el programa Minnesota. Los primeros cuatro meses llegó temblando, no podía expresarse, no sabía lo que era un sentimiento. Se miraba al espejo y veía una cara triste, rota, decepcionado de si mismo y humillado. «En ese lugar me dijeron que tenía que escribir sobre mí». Ahí paso una larga y tortuosa recuperación. Sentía que tenía la cabeza apagada y que necesitaba agilizarla. Empezó a leer mucho y las primeras ideas aparecieron.

La familia

Franco estaba ciego por su adicción. Era lo único que veía. Sus viejos no sabían qué hacer; estaban completamente desesperados y fueron poniendo limites como podían. «Yo me pasaba todo el día en el barrio consumiendo y volvía a dormir hasta que ellos me echaban y yo terminaba durmiendo en la calle, en una plaza. Terminaba de gira una semana dando vueltas por ahí». El vínculo estaba destruido. Hasta que pudo empezar hablar y recién ahí pudo reconstruir lazos familiares.

El rebusque

Durante los años de consumo se la rebuscó para conseguir dinero. Hizo todo tipo de changas. Trabajó de ayudante de plomero –»no podía ni picar una pared, pero estaba ahí laburando»–; de peón de flete, de repartidor con una moto. Un día se pasó tanto de merca que un policía creyó que estaba muerto.

Algo tenía que hacer. En la calle, durmiendo entre cartones, entendió que no podía seguir viviendo así. «Decidí pedir ayuda y ocuparme de mi vida para hacer algo distinto».

Pidió ayuda y estuvo un año en tratamiento. Fue la primera vez que sintió que algo había cambiado. No era un amague más, como las «internaciones» anteriores. Su cabeza le daba ideas nuevas. Productivas. Eso nunca había pasado antes.

Como Neo en Matrix

Volvieron los recuerdos de la infancia. De alguna forma sus neuronas se encendieron y recordó algo casi olvidado. De chico era un nerd; capaz de crear cosas con la computadora. Tenía un talento natural y las drogas lo habían adormecido. Recordó que en sexto grado había ayudado a su mamá a configurar el bots en servicios de chats (como IRCAP e ICQ).

También que creó una radio digital con un programa en Visual Basic para que lo pudieran abrir desde la computadora. Alejado de la destrucción había vida, y mucho talento. «Llegué a crear mi propio servidor y mi propia página». Aprendió a ser también una hacker y se interesó por los troyanos. «Me acuerdo cómo le mostraba a mi mamá que podía manejar otra computadora o que había instalado un keylogger y leía todo lo que escribían». Todo con tan solo doce años.

Ese pasado prodigioso, por suerte, no había desaparecido del todo. Quedaban dentro suyo algunas huellas de ese nene nerd. La droga y el alcohol lo había adormecido pero el talento aún estaba vivo. Ahí es cuando su cabeza nerd volvió a activarse una vez más, como si fuera Neo en Matrix. «Pensaba qué podía ofrecerle a personas que vendan productos y servicios. Y de la nada, decidí armar mi empresa». Franco se tiró a la pileta. Igual no tenía nada que perder. Con una notebook y sin recursos creó Point Web con un logo que sacó de un flyer en Canva.

El resurgimiento y la empresa

Chocó enseguida con el primer obstáculo: no tenía idea de cómo hacer una página web. No quería perder mucho tiempo estudiando así que optó por aprender mirando tutoriales en YouTube. La calle le enseñó a persuadir. A insistir.

En Facebook Marketplace mostraba su trabajo (que no existía en realidad) y mandaba flyers a todo el mundo, todo el tiempo. Un día ocurrió el milagro: le pidieron armar una web institucional y una tienda online. «No sabía ni hacerlas», confiesa Franco. «Estaba solo, con una computadora con una pantalla de 13 pulgadas en mi habitación, con mi madre y dos perros, y sin un peso», explica Franco.

Pero los clientes no sabían, y Franco se las rebuscó –a golpe de tutoriales– para armar estos sitios y entregarlos. «Una clienta me pidió diseñar una campaña publicitaria en Google Ads. Yo no tenía ni idea de cómo hacerlo, así que busqué en YouTube y logré encontrar cómo realizar la publicidad. Acepté y, después de pruebas y errores, logré sacar el trabajo adelante», admite Franco con la labia que le había dado su dura y extensa vida callejera.

No sabía cómo venderme y estaba muerto de miedo. Cobró su primer dinero con los primeros trabajos y a los ocho meses se mudó solo a Palermo. «No sabía si iba poder pagar el alquiler pero me la jugué igual». La pinchada rueda de su vida al fin comenzaba a girar y cosas nuevas empezaron a surgir.

Luego de un año de trabajo, aparecieron más propuestas y así fue armando una empresa que ni siquiera era una fantasía un año antes, cuando aún estaba saliendo de la calle. Sumó a dos personas más a su negocio. Y, como todo en la vida empresarial de Franco, aprendió a delegar con tutoriales de YouTube. Con franqueza pueril comenta: «Apareció un video que decía que si tenés miedo de delegar porque pensás que nadie lo va a hacer como vos, que no te va a alcanzar la plata, que no tenés tiempo, es normal, le pasa a todos». Franco tomó ese consejo cibernético y agrandó su proyecto.

En poco tiempo ya había contratado a una diseñadora gráfica, un diseñador web y una publicista. Dos años y medio después, sumó otra diseñadora web y varios diseñadores gráficos. Ya tenía una Pyme. Se asoció con otra persona y juntos lograron hacer crecer el proyecto.

La empresa de Franco cuenta actualmente con más de 250 clientes nacionales e internacionales; un equipo de 15 personas, son partners de Google, Meta, Mercado Pago y Kommo CRM. «Estamos en proceso de expansión hacia Uruguay y pronto hacia otros mercados», dice este pibe de 30 años, con la seguridad del tipo que vivió más vidas de Highlander.

MG

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