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Resistencia
9 agosto, 2025

Urgido y en minoría, Milei prefiere no negociar

Acorralado por tres leyes que ponen en juego el equilibrio fiscal, piedra angular de su programa, todavía en tensión cambiaria y cuando falta menos de un mes para las elecciones en el principal distrito del país, Milei volvió esta semana a mostrar que su método es el de no ceder. Como si estuviera convencido de que la negociación desnaturaliza el propósito final y de que la cercanía del abismo incluso tonifica. Tal vez porque su proyecto es, además de reformista, esencialmente de poder.

Este rasgo elemental descoloca a la oposición desde que Milei llegó a la Casa Rosada. Lo novedoso es que últimamente desconcierta también a muchos aliados a quienes el Presidente necesita para gobernar con tranquilidad. Para sostener sus vetos a las leyes, por ejemplo, algo que defendió anoche por cadena nacional. “Mirá el tablero, ya tenés 141 diputados sentados, no los vas a bajar”, le advirtió anteayer Karina Banfi, de la UCR, a Martín Menem, presidente de la cámara. Se estaban por tratar el financiamiento universitario y el aumento para el Hospital Garrahan, entre otros proyectos, y el oficialismo intentaba evitar el quorum para que se cayera la sesión. Pero no lo hacía de manera sutil, como aconseja el manual clásico legislativo, sino a los gritos o con tono imperativo. “No somos tu bloque”, le contestaron también a Gabriel Bornoroni, jefe de la bancada libertaria y abocado a la misma tarea. Dicen que hasta Guillermo Francos parecía más agresivo que de costumbre. “Perdimos todas”, resumió después el jefe de Gabinete en conversación con Eduardo Feinmann en Radio Mitre.

La estrategia está clara y pensada desde lo más alto. Es preferible perder por goleada a desperfilar la identidad del espacio. La han oído varias veces quienes frecuentan a Rodrigo Lugones, mentor de Santiago Caputo. Y cuaja perfecto con la personalidad del Presidente. Es un estilo que intimida y que, hasta ahora, le viene reportando réditos a Milei. Un sondeo de Casa Tres, la consultora de Mora Jozami, dice que un 40% de los encuestados suscribe la frase “me gustan las formas del Gobierno”. Contra “los mandriles” o los “degenerados fiscales”, con todo orgullo.

Es un estado de ánimo social sin precedente. Que interpela no solo a la dirigencia política, sino también, en un contexto económico difícil, a la empresarial. Ninguno de los bancos que siguen molestos después del aumento en los encajes dispuesto por el Banco Central la semana pasada abrió desde entonces la boca. Tampoco los productores de alimentos que, el lunes, en una reunión de Copal, deliberaban sobre si era conveniente trasladar los movimientos del dólar a las góndolas. Es obvio que no hay tanto margen para hacerlo porque el consumo se desaceleró. Lo admiten también en el sector de cosmética y limpieza. “Si vendo más barato, salgo del mercado”, les contestaron en Fragancias Cannol, por ejemplo, a las perfumerías, y algo parecido dijeron en Unilever.

Las nuevas tasas de interés tampoco ayudan en ese sentido. La cadena de supermercados que tuvo en julio mejores ventas registró apenas un alza de 0,5% en relación con el mismo mes de 2024, año en que cayó 14%. “Muchachos, actúen con prudencia, no hagan traslados lineales: el viernes anunciaban aumentos porque el dólar había subido y el lunes volvió a bajar”, les dijeron a varios gerentes en el Palacio de Hacienda, transformado en estos días en receptáculo de quejas de supermercados y autoservicios a los que les llegan listas con remarcaciones. Hasta ahora, la medición del Ministerio de Economía da que subieron 0,4% entre el 1° y el 7 de este mes, todavía por debajo del 0,6% de la primera semana de julio.

Son precios libres. Nadie lo sabe mejor que estos funcionarios para quienes, además, la inflación será siempre y en todo lugar un fenómeno monetario. Pero el Gobierno se juega gran parte de la elección en cada IPC. Y en el resultado de octubre, el programa entero. Alguien que compartió el fin de semana el regreso de Roma en el mismo avión que Daniel Scioli le oyó esa misma urgencia no bien aterrizaron, cuando el secretario de Turismo enviaba un audio de WhatsApp. “Perdemos en provincia y agarrate el lunes”, grabó, y admitió que las encuestas no estaban todo lo bien que el oficialismo habría preferido.

Las mediciones que encargó Santiago Caputo son auspiciosas para la contienda nacional, la de octubre, pero ambivalentes para la bonaerense, la de septiembre, principalmente en la tercera sección electoral. El Gobierno armó las listas mediante acuerdos en diferentes distritos del país, pero le impuso a Pro en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires los colores, la marca y la mayoría de los nombres. El discurso del Congreso. Por eso hay referentes importantes de Pro muy molestos con Mauricio Macri. María Eugenia Vidal, por ejemplo. “Yo hasta acá llegué”, dicen que explicó la exgobernadora, que no participará de la elección. Su enojo, que viene desde la derrota porteña, puede haberse acrecentado por un hecho de índole personal: fue ella quien terminó de convencer a Silvia Lospennato de encabezar aquella lista.

La decisión de Vidal cayó sin embargo peor en el oficialismo que en Pro. En privado, Milei comparó la explicación que ella dio en público con el argumento que tuvo Ofelia Fernández, militante de Grabois, para tomar distancia del PJ. En el macrismo hubo en cambio bastante empatía con Vidal. Es el expresidente quien en todo caso deberá explicar internamente las razones por las cuales aceptó las condiciones de Karina Milei.

Macri entendió que no había mucho futuro para Pro. ¿Una apuesta errónea o excesiva? ¿Se guarda una carta con Vidal? Hasta ahora, y a diferencia de lo que había hecho en 2023 en el balotaje, su aval a Milei venía con reparos. Como si los desencuentros de todo 2024 lo hubieran convencido de no confiar al 100%. En enero, por ejemplo, mientras publicaba un tuit que empezaba con “Querido Javier” y le proponía al Presidente trabajar juntos para derrotar “al populismo”, inició al mismo tiempo con su primo Jorge el proceso de adelantamiento de la elección porteña. Lo que pasó después ya se sabe: ganó Adorni y dirimió el conflicto en favor de Milei.

Lo que menos sorprende es que el Gobierno le haya ofrecido tan poco a su aliado. Es la lógica del avance libertario. Milei desconfía de socios que podrían volverse dudosos a la primera turbulencia económica. ¿Ve políticamente posible, por ejemplo, una reforma laboral aferrado a Pro? La experiencia reciente no lo invita a creer. De los 58 artículos previstos al respecto en la Ley Bases ya se cayeron 42 por diferentes motivos. El Gobierno tomó en realidad nota de su debilidad estructural no bien llegó a la Casa Rosada, con las resistencias al decreto 70 en diciembre de 2023 y, un mes después, con su primer tropiezo para tratarlo en la Cámara de Diputados.

La propuesta de Milei parece ahora más radical o a mayor plazo. Es ahí donde tal vez sus intereses chocan con los de quienes en apariencia pretenden lo mismo. Los empresarios, por ejemplo, muchos de los cuales respaldan su programa económico. ¿Se plantean Paolo Rocca o Eduardo Eurnekian, que tienen además la suerte de haber formado en sus empresas funcionarios que terminaron ocupando cargos en el Gobierno, horizontes tan extensos, o prefieren más bien la mejor reforma posible en el lapso más corto? Es un debate de tiempos y profundidad. El sector privado pretende una Argentina viable, no necesariamente una batalla cultural. Este contrapunto replica bastante la interna entre Santiago Caputo y el equipo de los Menem y Sebastián Pareja: Las Fuerzas del Cielo versus operadores territoriales. Aunque la mística de Milei se haya impuesto hacia ambos lados de esa fractura. Hasta Andrea Vera, líder de la primera sección electoral e hija de Ramón, el histórico operador peronista de Moreno que se sumó en 2023 al oficialismo y todavía es resistido por Caputo, tiene en su Instagram la famosa cita de Macabeos 3,19: “En una batalla, la victoria no depende del número de los soldados, sino de la fuerza que Dios da”.

No habrá Milei sin algo de esta épica. Ni reelección en 2027, como pretenden. El politólogo Gabriel Slavinsky suele detenerse en las referencias que el Presidente hace a Moisés, y apunta un detalle decisivo: atravesar el desierto le llevó al libertador nada menos que 40 años. “Un cambio entero de generación”, apunta. Para que sea completa, la alegoría debería incluir que, pese a haber sido el instrumento para convertir en libre a un pueblo esclavo, ni Moisés ni Aaron tocaron la tierra prometida. Por designio divino. Ningún poder real escapa a estos imponderables ni en el cálculo más optimista.

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