La cubierta del buque USS Missouri en la bahía de Tokio marcó oficialmente el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón firmó su rendición ante el general Douglas MacArthur, representante de las potencias aliadas. Aunque ese acto formal no borró uno de los capítulos más oscuros del siglo XX: la masacre de Nankín—entonces capital de China—, en la que participaron los oficiales Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda, junto con los experimentos del Escuadrón 731, y que dejó entre 100.000 y 300.000 víctimas, en una ola de atrocidades que no perdonó a mujeres, niños ni ancianos.
Aquellos años, la prensa japonesa documentó (y en algunos casos celebró) la expansión militar del país: el Tokyo Nichi Nichi Shimbun y el Osaka Mainichi Shimbun informaban sobre la anexión de Taiwán y Corea, la ocupación de Manchuria y el avance sobre el norte de China. Durante el asedio a Nankín en diciembre de 1937, y con el gobierno de Chiang Kai-shek retirándose, estos medios narraron el macabro “concurso” entre Mukai y Noda, presentado como si fuera una competencia deportiva, para ver quién alcanzaba primero las 100 muertes con espada.
Desde que los periodistas Asami Kazuo y Suzuki Jiro relataron que, al empatar, los oficiales aumentaron la apuesta a 150, acordando iniciar la competencia el 11 de diciembre, quedó registrado el extremo del fervor militarista japonés.
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Lejos de generar escándalo, la supuesta hazaña fue vista como un acto heroico por la prensa que hablaba de combates cuerpo a cuerpo, reforzando la imagen de oficiales valientes enfrentados a enemigos dignos. Aun así, la realidad fue mucho más cruda. Décadas después, Tsuyoshi Noda admitió ante el periodista Katsuichi Honda, en su libro Viajes por China: “En realidad, no maté a más de cuatro o cinco personas en combate cuerpo a cuerpo… La mayoría fueron engañadas, alineadas y atravesadas con la katana“.
A pesar de ello, en su momento, el comportamiento de ambos fue exaltado como ejemplo patriótico: Noda llegó a figurar en manuales escolares y hasta realizó giras por colegios donde relataba con orgullo el llamado “100-nin-kiri” (cortar a 100 hombres). De forma paralela, la propaganda intentó encuadrar la barbarie dentro del Bushido, el código samurái que glorificaba la muerte honorable en batalla. Pero, a confesión del subteniente desmanteló esa narrativa, dejando en evidencia que no se trataba de honor ni de guerra, sino de un plan deliberado de exterminio y terror sistemático.
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Del Campo de Batalla del monte Shikin al Tribunal Militar de Nankín
Los juicios por la Masacre de Nankín quedaron en manos del Tribunal de Crímenes de Guerra para el Lejano Oriente, creado por las potencias aliadas —Reino Unido, Estados Unidos, la Unión Soviética y China— para juzgar atrocidades y delitos contra la humanidad después de la rendición japonesa. Allí actuaba el fiscal chino Xiang Zhejun, acompañado por el historiador y abogado Gao Wenbin, quien al revisar archivos militares encontró de manera accidental un informe clave para el proceso contra los subtenientes Mukai y Noda, acusados de crímenes atroces.
Ambos habían sido recluidos en la prisión de Sugamo, en Tokio, junto a figuras como el exprimer ministro Hideki Tōjō, el canciller Yōsuke Matsuoka y el almirante Osami Nagano, entre otros altos mandos. Desde allí fueron extraditados a China, al Centro de Detención de Crímenes de Guerra de Nankín, donde se sumó a ellos el capitán Gunkichi Tanaka, conocido por ejecutar brutalmente con su espada a cientos de prisioneros y civiles chinos.
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De los juicios, que en un principio iban a celebrarse por separado, terminó convertido en un proceso unificado que simbolizó la brutalidad del Ejército japonés durante la invasión. Afuera del tribunal se instalaron altavoces para que la población siguiera las audiencias, mientras el juez Miyu Seki aceptaba como prueba los artículos publicados, aunque negó la participación de testigos y la posibilidad de interrogar a periodistas y editores.
Previsible fue el desenlace: Mukai y Noda fueron condenados por crímenes de guerra y contra la humanidad. Al igual que Tanaka, el 28 de enero de 1948, fueron ejecutados por fusilamiento en la ciudad que había padecido sus matanzas.
Últimas palabras de Noda y Mukai con confesión, disculpas y un llamado a la paz
Los oficiales japoneses, días antes de su ejecución, redactaron escritos en los que negaban haber participado en el denominado “concurso para matar a 100 personas con una espada” y manifestaban su arrepentimiento por las atrocidades cometidas durante la masacre de Nankín. A través de estas cartas, buscaron dejar constancia de su versión de los hechos y transmitir un mensaje de reconciliación, señalando que su intención era acercar a Japón y China:
“Soy Tsuyoshi Noda, de quien se dice que compitió con Toshiaki Mukai para matar a 100 hombres. Admito que me avergüenzo y me disculpo por las falsas historias de heroísmo (…) Nunca maté a cien personas en Nankín. Pido que el pueblo japonés me crea en esto (…) Dios enseñó a Japón que las armas no son instrumentos de paz. Para avanzar hacia la paz mundial, debe buscar un camino distinto a la guerra. El espíritu fundamental se basa en ‘amor’ y ‘sinceridad’. Ofrezco estas palabras como disculpa y despedida al pueblo japonés”.
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Apenas horas antes de su ejecución, Noda reiteró que no guardaba rencor hacia el tribunal y reafirmó su voluntad de acercamiento con China. De manera similar, Mukai dejó un escrito en el que aseguraba no haber matado a prisioneros cautivos y transmitía un mensaje de paz:
“He jurado a los dioses que nunca maté a ningún residente cautivo. No fui responsable de crímenes como la masacre de Nankín (…) Espero que con mi muerte desaparezcan los rencores y que esto sea un punto de inflexión para la buena voluntad entre Japón y China (…) Larga vida a China. Larga vida a Japón. Larga vida al emperador.”
Hoy, el Salón Memorial de las Víctimas de la Masacre mantiene una exhibición dedicada al concurso, lo que refuerza su peso dentro de la memoria colectiva china y lo señala como un símbolo de la barbarie del Ejército Imperial Japonés.
(mv / ds)