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Resistencia
23 febrero, 2025

Dolor y consternación por el fallecimiento de Mila Dosso

Profundo dolor y muestras de consternación generaron en NORTE la inesperada noticia del fallecimiento de Mila Dosso. Integrante por muchos años de la Redacción, con una pluma destacada, la entonces editorialista, columnista y editora de un suplemento semanal del diario, murió este martes 28 de enero, a la 1,30, a los 75 años.

Rápidamente las redes sociales se hicieron eco de la triste noticia e inundaron con comentarios recordando la figura humana y profesional de Mila Dosso. Madre de Hugo, Daniela y “Memi”, estuvo casada por muchos años con el doctor Hugo Camisasca, quien falleció tiempo atrás. Oriunda de Puerto Tirol, había nacido un 21 de diciembre. Estudió en el Colegio Nuestra Señora de Itatí de Resistencia, promoción 1967. Mientras trabajaba en el diario, la sorprendió una complicada enfermedad a la que le dio lucha sin cuartel y le ganó varias batallas.

Muy activa en las redes sociales, usaba generalmente Facebook para dar rienda suelta a su gran pasión por la escritura. Defensora de las causas justas, en muchas oportunidades se la leyó con aireados debates sosteniendo y fundamentando su posición. Sus familiares informaron que este martes, de 9 a 12, sus restos serán velados en el Crematorio Avellaneda.

Ricardo Ledesma Moro la recordó así en sus redes sociales: “Vuela alto al otro lado del arcoiris mi bella princesa Mila …q.e.p.d. prima,dueña de las palabras en hojas blancas. Tu narrativa quedaron plasmadas en nuestros corazones ♥️ besos al viento mi rubia bonita, t.k.m. y te guardo en mi corazón”.

Este es el último posteo de Mila, en la siesta de ayer lunes 27 de enero, quizás presagiando el destino que estaba escrito:

Cuando nos hayamos ido 

¿Quedará la “Bolsa” floreciendo Dolares Blue, o serán los lapachos, allá por agosto, con su testimonio de ardiente belleza los que recordarán nuestros tiernos afanes, los amores furtivos, los cálidos abrazos?

¿Quedarán en el aire los sonidos de cajas registra­doras, computadoras, celulares y juegos electrónicos; o en nues­tro silencio definitivo ha­blará por nosotros la embravecida voz de la tormenta, los latigazos secos del viento norte en las sedientas sies­tas de enero y el canto alegre y ligero del churrinche, que todas las tardecitas regresa a su nido en aquella rama inclinada hacia el cielo, y canta, empecinado, hasta que muere el día?

¿Correrá por el lecho de los ríos toda el dinero, las joyas y los espléndidos vestidos, las toneladas de siliconas, los quillones de colágeno y los litros de bótox, todos los chiches que la vanidad y la ambición juntaron, avariciosas e insaciables, junto a los huesos secos de los que se van antes de la vida, rotas las manos doloridas contra los indiferentes muros del crimen y la crueldad.

¿O volverá a llenarse sus cauces con el agua cristalina­ y la roja sangre de tanta inocencia malgastada, la virginal pureza de los que no vendieron su alma ni hipotecaron sus sueños?

¿Qué será de los salones alfombrados y los despachos oficiales, de los inmensos y suntuosos templos, de las imponentes mansiones ocultas tras murallas y candados pero que asoman ostentosas, turbadoras? 

¿Qué será de los inviolables tesoros de los Bancos, de las cajas fuertes y el oro de los dioses; de la ruidosa Wall Street, imponente catedral en ruinas del mundo financiero, o de los Goldman Sachs y la vieja y desdentada Europa?

¿Se convertirán en escombros sepultados bajo la arena de los siglos y los habitará el silencio definitivo? 

¿Quedará allí el sello de lo que fue el espíritu humano, o como cuenta una vieja leyenda india las almas buenas quedarán entre las ramas de los bosques y por las noches cantarán desde el agua fría de los ríos?

¿Quedarán acaso los bosques si ya casi no hay árboles en ellos? 

“Padre decidme qué le han hecho al bosque que ya no hay árboles.

En invierno no tendremos fuego ni en verano sitio donde resguardarnos”

¿Quién sabrá, salvo Dios -¿o ya lo hemos matado?- en su infinita sabiduría, cuáles fueron las almas verdaderamente buenas, cuál fue el pecado original que destruyó el corazón del hombre? 

¿Quién podrá decir, cuando nos hayamos ido, “yo fui mejor que aquel”? ¿Quién afirmará sin sonrojarse “yo he arrojado al suelo un grano de simiente”? ¿Y quién se atreverá a confesar “no lo logré, no lo logré Señor, y aun reconociendo el pecado muchas veces lo elegí”? 

¿Quién, a las puertas del infierno, sentirá dolores de parto y quién escuchará palabras mágicas que hagan empalidecer a los mármoles del cielo?

¿Quién perdonará nuestras pobres argucias, nuestras mentiras, nuestros engaños, nuestras búsquedas…, tan torpes como las de la rosa del Principito?

¿Quién nos dirá si después de todo el hombre no estuvo, a su pesar y sin culpa, condenado a ser siempre peor de lo que deseó?

¿Quién nos sorprenderá, en su infinita piedad, y nos susurrará con palabras de miel que al final de todo fuimos mejores de lo que creímos; que si la lucha entre el bien y el mal –ambos igualmente ciertos en el corazón del hombre – fue desigual y titánica, perdurará, sin embargo, el recuerdo de lo más bello de cada uno, como esas flores que guardamos entre las páginas de viejos libros, a las que el tiempo marchita pero que conservan su aroma y perfuman la oscura muerte?

Fuente: Norte

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